Aún me cuesta creer que todo se haya ido,
que tantos planes e ilusiones se hayan desvanecido de la noche a la mañana.
La luz que alumbraba nuestra calle se ha apagado
y sólo queda la oscuridad de una casa desocupada y desgastada por los secretos que ocultan sus mudas paredes.
Alguna taza rota y algún vacío bote olvidado pretendían ser motivos de sonrisas,
pero acabaron en el mismo lugar que mi confianza.
Los lugares que pretendíamos conocer desconocerán nuestra presencia
y las palabras que se llevó el viento se perderán en el horizonte para nunca más volver.
Y todo ¿por qué? Nunca lo sabré.
El misterio del halo que rodea tu constante cejo fruncido desorienta a cualquier razón de ser.
Sin embargo no hay peor ciego que el que no quiere ver;
ya fue dicho que "el orgullo precede a la caída",
y ahí estás, cayendo y tratando de arrastrarme en tu decadencia.
Pero yo soy más fuerte.
Porque no hay otra opción.
Porque las falacias que se adueñan de tu irresistible boca no tienen fin;
la gota de ese veneno ha contaminado todo tu vaso
y no volveré a beber de él.
He de seguir. Y aunque duela, y aunque no entienda, seguir.
El horizonte me aguarda. El amor me aguarda. La paz me aguarda.
Porque eso es lo que traen la sinceridad, la humildad y la esperanza.
Samuel Álvarez Conejos