16 de agosto de 2020

Silencio versado

 


Te he echado de menos ¿sabes?
En realidad no lo sabes.
He tratado de mantener el semblante.
Cuanto más feliz me veas en solitario,
mejor serás capaz de seguir adelante.
El silencio es doloroso, pero necesario.
Para que ningún recuerdo te atropelle,
como me pasa desde nuestra despedida.
Para que no se abran las cicatrices
que quedaron -bajo y sobre la piel- escritas.
Para que no te acuestes cada noche
deseando despertar con nuestras canciones,
cuando voy en busca de ti,
y suceden milagros al creer con los corazones.
Para que no esperes verme al salir del trabajo,
ni malgastes velas que caldeen tu salón.
Para que no te preguntes cuándo se torció todo,
o si acaso ya torcida esta historia nació.
¿Tan mal lo hicimos?
¿Tan agrio quedó nuestro vino?
Me pregunto si todavía te duermes al principio de las películas,
o si sólo te pasaba al apoyarte en mi pecho.
Quizá el reloj desnudo de tu estante ya no marque la hora,
ni la luna ilumine tu cuerpo bajo tu techo.
Quizá mi olor en tu sábanas se disolvió entre otros aromas,
o algún olvido de los míos siga perdido entre tus cosas,
mientras piezas de ajedrez recogen polvo en tu entrada,
y sigue esperándonos la playa con sus olas ruidosas.
O quizá el tiempo haya borrado mis huellas
y no queda nada nuestro en tu memoria.
¿En qué momento caducaron nuestras promesas?
¿Existe lo irreversible? ¿Acaso lo es esta historia?
Siempre quedarán poemas por escribir.
Siempre podremos gritar un «te extraño» en silencio,
aunque luego lo veamos morir,
aunque jamás oigamos su eco.
Mi tristeza no se mide en lágrimas,
sino en cada verso.
Y ahora mismo daría un universo
por sentir una vez más
tu cabeza apoyada en mi pecho.


Samuel Álvarez Conejos

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