Llueve, y al compás de una romanza
un candil consume, voraz, su aceite,
una hoja en su leve caer danza,
y aun cayendo consigo la esperanza,
en su fin, su vaivén es su deleite.
Danza a la penumbra y sigue lloviendo,
el viento da forma a sus cicatrices.
Su alegoría me ha estado advirtiendo:
sólo se puede renacer muriendo;
sólo al caer se vuelve a las raíces.
Samuel Álvarez Conejos
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