11 de septiembre de 2021

Quererte fue lo más fácil de hacer. Olvidarte no.

 Quemaba. Ardía por dentro incandescente,
quebrándome a su paso.
Desde el interior hacia afuera lo sentía.
Una punzada tras otra contra el abdomen,
perforando en mí cada capa de coraza
forjada año a año, herida a herida.

Comenzó a tan sólo un instante de entenderlo:
No ibas a volver.
Ni tú, ni las noches de verano a remojo,
ebrios de sidra, de sangre y de deseo.
El sol ya no abrazaría más nuestro sueño,
ni mis sábanas recordarían tu olor.

¿Tan sencillo ha sido obviarme, reemplazarme?
Tus ojos no mentían,
más bien gritaban vehementes al mirarme.
Es imposible refutar cada sonrisa,
cada improvisación, cariño, cada juego,
deteniendo el tiempo a nuestro antojo en la cama.
 
Nos invadió un aullido de desesperanza.
Maldita luna llena.
Maldita la que selló nuestra perdición,
reduciendo aquél fuego a polvo sin vida.
Tu mirada perdió el centelleo al verme
y el silencio se cernió sobre nuestra voz.
 
No queda bosque, arcilla, trigo ni oveja
que construya rutina
como la que dejamos atrás para siempre.
Quizá el único futuro que nos queda
tras habernos convertido en desconocidos
es coincidir para volver a conocerse.

 
Samuel Álvarez Conejos 

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