La esperanza es, dicen, lo último que duerme.
Y razón nos les quito, que así ha sucedido,
pues ni eso queda ya, cariño, tras perderme
en esos ojos llenos de otoño y de olvido.
Quedaré resignado, ceñido en mis temblores,
mientras llega el invierno a estas manos frías.
Sin tu voz, sin tu verbo, tu néctar de mil flores,
morirán destempladas, rugosas y vacías.
Al perder la costumbre de armarme de tu risa,
de enredarse mis dedos, rizados en tu pelo,
o advertir tu mirada quitando mi camisa,
sumiré envejecido en noches de desvelo.
Huiré de la amnesia que intenta hacerme cuerdo
a esperar, sin promesas, del hado algún guiño.
Y amará engurruñada mi alma tu recuerdo
con la fe inocente y terca de un niño.
Samuel Álvarez Conejos