No nos debemos nada, y sin embargo,
tiemblo al imaginarte en otros brazos.
Me aterran los kilómetros y las dudas;
tú sabes bien que pocas cosas perduran,
y hay momentos en que aferrarme a tu mano
parece el mejor plan para estar a salvo.
No nos debemos nada, y aun así,
pierdo el equilibrio al verte sonreír,
me es difícil mantenerme en silencio
y me nace regalarte mi tiempo,
esperando disponer también del tuyo,
conociendo así un poco más nuestros mundos.
Pareciera ser que nada nos debemos,
pero me gusta encontrarte en estos versos
y ver cómo nuestras diferencias huyen,
eclipsadas por nuestras similitudes;
y que sea costumbre encontrarnos ganas,
aunque en realidad no nos debamos nada.
Samuel Álvarez Conejos