El tiempo que cargamos a nuestra espalda
me hace sentir en deuda con tu amistad,
como si yo te debiera unas palabras
que intuyes pero nunca llegué a expresar;
y aunque el tiempo, o -más bien- las decisiones
separaron nuestros caminos y ya,
lejos de vernos por todos los rincones
hemos de ir a buscarnos a algún bar,
necesita más días el calendario
para contar los días de playa y sol,
bicicletas y hasta algún que otro escenario,
campamentos y cualquier buena canción.
Y ahora, tan cerca, te veo tan lejos,
que extraño esa perversa complicidad,
dejando en la noche a un lado los consejos
que toda la vida habremos de escuchar.
Amiga mía, ven y enséñame el arte
que aún guarda tu sonrisa al natural,
pues lo bello de la vida se comparte
y se hace incluso más bello en la amistad.
Y amiga mía, guárdate los colores,
que nos conocemos y no hay vuelta atrás;
y mientras nos vamos haciendo mayores
más te echo en falta y más te quiero cuidar.
Verás que vendrá alguna noche de frío,
"cruel destino" pensarás, en el salón,
pero recuerda siempre que un buen amigo
acompaña mejor que cualquier licor.
Ante las dudas y los interrogantes
permítete obviarlos e ignora su afán,
pues si ven que decides seguir adelante
quizás se retraigan, quedándose atrás.
Y asómate cada día a la ventana,
ríete del tiempo, llueva o haga sol;
mírate en el espejo cada mañana
sabiendo que posees un gran valor.
Nunca te olvides de reservarme el baile
de las bodas que celebremos los dos,
y ten siempre, siempre presente que nadie
se merece tus lágrimas por amor.
Amiga mía, ven y dime, como antes,
que, pase lo que pase, todo irá bien,
que te inspiro si decido ir adelante,
que la vida termina al perder la fe.
Y amiga mía, hazme memoria de nuevo
de las batallas que logramos ganar,
aquellos días en que el tiempo era nuestro
y prometimos no rendirnos jamás.
Samuel Álvarez Conejos