Cuando alzo mis ojos
al cielo
y te veo en la
hermosura de las nubes
de mi boca sale un
suspiro
y una voz que dice “Gracias”;
y aún las sombras que
éstas hacen
me inspiran tu
belleza,
el sol brilla
radiante
y mi espíritu se
eleva,
se eleva hacia mi
creador,
el creador de cielo y
tierra.
Cuando veo las
grandezas
que surgieron de tus manos,
no puedo más que
asombrarme
al saber que son las
mismas
las que me sostienen,
día a día.
Y sale de mi interior
una voz,
esa voz que dice “Gracias”.
Gracias por la luz,
por el calor,
gracias por tu amor,
y tu perdón,
por la misericordia
que nunca entiendo
y esa cruz que trajo
salvación.
Gracias por llamarme
hijo,
gracias por llamarme
amigo;
por los planes que has
preparado,
por mostrarme tu camino.
Samuel Álvarez Conejos